Memorias de una mujer al borde de los cincuenta. La historia de como un juego íntimo deriva en la fantasía hecha realidad.
Como parte de nuestras relaciones matrimoniales, habíamos introducido hace algunos años, la charla erótica durante nuestras relaciones con mi marido.
Frases tales como, te gustaría estar con otro en este momento, te estaríamos haciendo esto o aquello. Te gustaría tener otro miembro acá o allá? eran algunas de las sugerencias generalmente hechas por mi marido.
Somos una pareja de cincuentones (él algo más que yo) y ponerle sal a esos momentos era un juego más que importante en nuestra relación.
La cuestión empezó cuando mi marido le empezó a poner nombre propio a los supuestos participantes…”mirá si estuviera Juan o Pedro te estaría haciendo esto….” Hasta ahí todo bien, ya que los nombres mencionados eran ajenos a la cotidianeidad.
Hasta que apareció el nombre de Marcel.
Marcel es un joven de 35 años, ex jugador de futbol que debió abandonar la profesión por una lesión y está ingresando en el mundo de los representantes de jugadores. De. la mano de mi esposo Damián.
Marcel nos visita a menudo por temas de su formación y algunas tareas específicas además de vivir a unos pocos cientos de metros de nuestra casa.
De un excelente estado físico, amable, seductor y soltero, comenzó a aparecer en nuestras fantasías impulsado por la creencia de mi esposo, que había puesto los ojos en mí, varias veces. Cosa que yo había notado, pero lo adjudique a su encanto natural y su afán por agradar.
Con el tiempo, el nombre de Marcel era recurrente. En la cama, en casa y en las insinuaciones diarias de mi esposo.
Una mañana, durante sus comentarios sobre mi supuesto admirador, decidimos comprobar si sus insinuaciones era válidas.
Culminada una reunión de trabajo de los tres, lo invitamos a cenar con nosotros y compartir un tradicional asado uruguayo. La invitación fue rápidamente aceptada y mientras los hombres hacían las compras me dispuse a bañarme y vestirme para la noche. “Vístete sexy para nuestro amigo” fue el mensaje de wap de Damián apenas salieron.
No estaba dispuesta a flirtear ni coquetear con él, aunque había cierto morbo en pensarlo.
Por ello, elegí un vestido hindú blanco, con transparencias que si en realidad estaba atraído por mí, se notara.
A su llegada empezaron los preparativos, la clásica picada previa y una botella de whiskie añejo para las ocasiones especiales.
La primera botella desapareció en pocos minutos y la noche recién comenzaba.
Mientras Damián encendía el fuego yo me dedicaba a las ensaladas y al prestar atención, noté varias veces el roce “involuntario” de Marcel y su mano mientras me ayudaba a recoger cosas de la mesa.
Sentí una rara sensación de placer pensé que un poco de coqueteo no haría mal.
Respondí alguna sonrisa pícaramente, rocé su mano a propósito y presté más atención a sus insinuaciones.
En un momento y yendo desde la barbacoa hacia la cocina, giré bruscamente y lo atrapé con su mirada fijada en mi trasero y la tanga blanca que dejaba notar el fino tejido hindú.
Quedó paralizado, atrapado in fraganti en su acción, sólo le respondí con una carcajada, le aguanté la mirada y giré sobre mis talones dejando en claro al caminar que sabía que seguía mirándome.
Vino presuroso detrás de mí, intentando una disculpa, lo que le respondí que era un elogio que alguien de su edad mirara mi cola. No te molesta? preguntó “al revés, me halaga…” me escuché responderle.
El clima se iba intensificando en temperatura y mi esposo disfrutaba de eso. Miraba desde su parrilla los acontecimientos y me decía “Viste, está enamorado de vos”. No era enamoramiento, era una calentura que no podía manejar. Pasado un rato, fui a la cocina para lavar unos platos y obviamente, vino detrás de mío. Delante de la mesada estaba la ventana que miraba hacia la barbacoa y mi marido se paraba estratégicamente para mirar sin ser visto. Estás lavando sin delantal, déjame colocártelo, se ofreció Marcel. Pasó el lazo por sobre mi cabeza y quedamos a centímetros, uno del otro. Pensé que me besaba, pero no, me giró y al atarlos desde atrás, me apretó suavemente contra su ya abultado jeans.
Fue un segundo que duró minutos y durante ese segundo, milimétricamente me apoyé sobre él, dándole un mensaje de que estaba todo ok.
Apareció mi marido en el campo visual y Marcel huyó de la cocina llevando otra botella.
Mi marido preguntó con su barbilla ¿y? a lo que respondí con los labios sin sonido “me apoyó” sólo rió y contestó “cogételo”.
Ahí razoné que el jueguito se estaba yendo de las manos y puse paños fríos sobre el incidente, frenando el avance de la situación. Ni Marcel, ni Damián frenaron con sus insinuaciones, al revés.
Llegó la hora de la cenar y obviamente mi marido me hizo sentar al lado de nuestro invitado, el que dulcemente apoyó su pierna en la mía inmediatamente.
Reconozco que la más reconfortada era yo y que sólo mi mente ponía mi cuerpo a mil.
Acto seguido, apoyó su mano sobre mi pierna, dulce, cálidamente. Otra vez no sé si fueron segundos o minutos pero se sentía tan bien… Hábil e imperceptiblemente comenzó a tirar de mi vestido hasta subirlo sobre mis rodillas. Sentí el roce de su mano cálida y sus dedos extremadamente largos en contacto con mi piel. Tomé su mano y la aparté, depositándola sobre la suya, no sin antes sostenerla un micro segundo sobre su pierna y aprovechando para rozarle mínimamente.
Los mensajes estaban enviados y recibidos, a todos nos gustaba esta situación, pero nadie sabía cómo dar inicio.
El resto de la cena, pasó sin novedades, ya que el tema del trabajo y el futbol, acaparó los comentarios. Asumí que había pasado el encanto y que el plato de la balanza de la sensatez se había impuesto. Estaba equivocada.
Recogí las cosas de la mesa, con el ya imaginable ayudante, el consabido “tenemos que hablar”, otro día, murmuré y los dejé hablando de negocios.
La segunda botella de whiskie había llegado a su fin y el café intentó ser un paliativo al alcohol.
Otra vez “tenemos que hablar” y la respuesta fue, mañana llamame….
La velada llegaba a su fin, Marcel empezó los preparativos para su partida y Damián me llamó para despedirlo.
Mi esposo seguía con la idea fija y al llegar yo, me estampó un furibundo beso eterno. Marcel miraba y sonreía. A continuación del beso, comenzó a alabarme, las piernas, la cola, bronceado del verano, era la oferta final.
Marcel y Damián se abrazaron para despedirse y al dirigirse a mí, nuestro invitado, me tomó dulcemente las dos manos y depositó un suave beso en cada una de mis mejillas. Rozando apenas la comisura de mis labios.
Me aferré a sus manos, rogándole no se fuera, en silencio. A lo que mi marido exclamó, “ese no es un beso, dense un beso como la gente” Marcel quedó helado y yo muda. Entonces, acerqué mis labios y le dí un piquito inocente.
Mi marido me giró y repitió ese beso lascivo anterior mientras Marcel, no me soltaba las manos ni yo quería que lo hiciera. Eso es un beso, ladró mi marido. A ver? preguntó. Giré y tenía a los labios de nuestro invitado a escasos centímetros. Nos miramos durante unos segundos y lentamente nos dejamos llevar por esa atracción que brotaba de nuestros poros.
Fue un beso, largo, caliente, avasallador, invasivo, eterno.
Mi marido giró sobre sus talones y se instaló en un sillón lejano, cruzado de piernas, saboreando el último trago de alcohol.
Las manos de Marcel recorrían mi cuerpo y yo lo apretaba contra mí como si fuera mi salvavidas.
Los breteles de mi vestido desaparecieron y mis senos recibían sus besos desaforados. Su remera salió por los aires y recorrí su pecho sin vellos con mi boca, como un dulce. Bajó el cierre de su pantalón y con una leve presión sobre mis hombros, me hizo arrodillar frente a él. Metí mis manos en su jenas y busqué el tesoro que me correspondía. Allí estaba aprisionado por su bóxer. Duro, rígido. Costó hacerlo salir, pedro cuando lo hizo, se erectó como un resorte comprimido por una fuerza mayor.
No era enorme, ni demasiado grueso, pero era mío, al menos por esa noche. Lo miré con la mirada del amor.
Tomó mi pelo desde la nuca y me acercó a mi bocado. Lo volví a mirar y abri mi boca. Violentamente me lo introdujo en ella y comencé a hacer lo que mejor hago, complacer a quien es mi dueño.
Otra vez el espacio-tiempo desapareció ante el acto sublime al que estaba sometida. Sometida sí, porque los movimientos eran manejados por su mano en mi nuca. Era el éxtasis, podría quedarme allí, de rodillas toda la noche.
La sacó de mi boca al momento de explotar. Golpeó mi cara, mis pechos, mis manos con su contenido. Sin detenerse, me levantó y volvió a a besar incontrolablemente, yo había llegado a mis orgasmos rápidamente. Éste fue el mejor.
Con la parte superior de mi vestido en la cintura me hizo reclinar sobre el respaldo del sofá grande del living de cara a mi marido, que en un rincón se autosatisfacía. Desde allí con sus labio, reproducía palabras obscenas que calentaban más mi mente. Encorvada a 90 grados, de espalda a mi amante sentí como se subía mi vestido. Lo arrolló en mi cintura y bajó bruscamente mi tanga blanca, totalmente empapada. Desde atrás beso, mis labios vaginales con dulzura, pero su actitud cambió cuando me penetró con pasión y vehemencia. Tampoco fue el polvo de mi vida, ya que a las pocas estocadas la volvió a sacar para explotar en mi espalda baja. Descargó su contenido junto a mi marido, que hacia surgir su esperma como una fuente.
Exhausta, me levanté como pude, mientras el líquido de mi amante escurría por mi espalda, senos y cara. Corrí al baño a ducharme, era imprescindible.
Me masturbé en el baño, no tenía nada que sacar pero la situación lo ameritaba.
Salí envuelta en una bata, pero la sala estaba desierta, mi amante había huido rápidamente y mi marido se bañaba en el piso superior, junto al dormitorio. Me sentí frustrada y a la vez aliviada, no sabía cómo debía reaccionar.
Pero la noche no había terminado. Damián salió del baño desnudo, caliente. Lo de esa noche con mi esposo no fue amor, fue salvaje.
Repitiendo la escena con Marcel, me hizo agachar y tomándome del pelo, me hizo ponérmelo en mi boca y de la misma manera, violentamente, terminó en mi garganta. Yo gritaba, me quejaba, él insultaba y vociferaba lo despreciable que era. Eso nos calentaba más y más.
Así, de rodillas me hizo dar vuelta y se incorporó detrás de mí, como había hecho él.
Después de unos minutos-segundos, la sacó y enfiló hacia mi cola.
Le grité que no, que no se la iba a dar y eso lo enfureció más y casi sin preparación, apenas lubricada, se adueñó de ella como hacía muchos años no pasaba.
Violento, duro, agresivo, increíblemente agradable.
No cabía duda, era suya, ese era el mensaje.
Pero no crean que todo terminó aquí. Esta historia tiene otras etapas.
Con más tiempo, se las narraré.
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