Vivo en los suburbios de la gran ciudad; un condado que se compone de una serie de fraccionamientos colindantes entre sí, algunos considerados como poblados por su escasez de infraestructura, y otros más completos con arboladas calles y áreas verdes que los decoran grácilmente, en comparación con las altas edificaciones de mucha mayor generación y de asfalto rugoso por el paso del tiempo en varias décadas de la gran ciudad al sur.
Mi padre construyó una modesta casa en uno de esos fraccionamientos en cuya colindancia todavía hay muchos campos rodeados por un gran espejo de agua ya con poca agua por la sequía y un caudaloso río en la periferia que le brindan un aspecto "privilegiado", porque además, en el extremo norte, han dejado sin tocar unas caballerizas y un gran campo partido a la mitad por una preciosa arboleda de Pirules en ambas orillas de una hondonada por donde es muy placentero caminar y respirar el Eucalipto de los árboles compañeros de esos entreverados Pirules.
Al partir en dos el vasto campo por esa hondonada, establecieron un par de campos donde se jugaba al Polo y donde hasta incluso alguna vez vino y llegó a golpear las esferas de madera el mismísimo Príncipe Carlos de Inglaterra.
Para mí, ese lugar es el paraíso de mis introversiones y es el perfecto espacio donde me gusta ir en las noches de luna llena, donde me tiendo boca arriba, y donde me pongo a filosofar sobre los temas existenciales que me arropan el alma, sin importar la frescura del césped perfectamente podado al ras, en el avance de esas noches de plenilunio y como única compañía de mi leal amigo King, mi fiel perro Pastor Alemán quien gusta de echarse a mi lado y de esperar hasta que mi mente dé atributo a los confines profundos de un cielo estrelladísimo, debido a la poca luz artificial que nos rodea.
Bueno, pues sucedió que la pasada noche de Luna Azul, dicho sea de paso, llamada "Luna Azul", (por la circunstancia de coincidir dos Lunas Llenas en un mismo mes, ambas enormes y muy brillantes)...
Para cuando recién se ocultó el Sol, me preparé para volver a mi habitual recorrido por el campo de Polo, forrado con mi sweater favorito, y acompañado por mi querido King.
Cuando llegamos a los prados, nos internamos rumbo al centro del campo más pequeño, el que quedaba frente a las caballerizas y que empero ya en lo nocturno de la noche entrada, como únicas almas permanecían muy en silencio los preciosos equinos dentro de sus compartimentos. Ya en el centro, miré hacia arriba y vi que la Luna apenas se notaba, porque grandes grupos de nubes Nimbus flotaban y hacían su recorrido como queriendo despejarse para dejar que asomara la gran Luna; pero mientras tanto, repetí mi ritual y mi perro el suyo; primero nos sentamos lado a lado y luego que me recosté de espaldas, King acomodó su cabeza entre sus patas delanteras y esperó pacientemente a que mi atisbar al cielo terminara.
No hay nada como el contemplar de la naturaleza de esa forma, lejos de los ruidos mecánicos de los autos y "apabullado " por los otros, por los sonidos de la noche y del silencio decorado por el croar de algunas ranas, por el sonido de las amigables cigarras y el de los grillos, es una paz y un placer internos que se sienten y que solo se interrumpen por la respiración acompasada de uno mismo...
Pero algo sucedió, algo profanó esa quietud porque hubo un algo que hizo que los radares de mi perro y los de mi atención se pusieran en modo de alerta... Un poco más allá y no muy lejos, el ruido de unas pisadas por sobre la hojarasca irrumpieron mi concentración y el escrutinio de las constelaciones, para bajarme de sopetón a nivel terrestre, haciendo que mi corazón se precipitara en un bombeo inusual por no saber a ciencia cierta de lo que se trataba...
Se escuchaban muchas pisadas pero ninguna voz; no podrían ser fascinerosos, porque nadie en su juicio propio se internaría en esa obscuridad, pero de cualquier manera, mi perro y yo nos quedamos quietos para tratar de ver a lo que por el sendero se trasladaba. La hondonada quedaba a unos 75 metros del centro de ambos campos y si algo hubiera en esos centros, pasaba desapercibido porque la Luna iba y venía entre las nubes y la penumbra era más intensa...
De pronto, a la altura a la que nos encontrábamos King y yo, las pisadas se detuvieron y se cundió de murmullos parecidos a los del viento cuando revuelve la fronda de los árboles, solo que más en seco, más ensordecidos, y presté toda mi atención... Supuse entonces que se trataban de ruidos no producidos por animales u otros perros, porque mi guardaespaldas los hubiera detectado de inmediato, e inmediatamente que volvió a depositar su cabeza sobre sus patas indiferente, me dejó sentado y mirando hacia donde se escuchaban los murmullos... Minutos luego, aquellos murmullos se volvieron gemidos y jadeos; no se trataba de ningún asalto, sino más bien de un asalto a la ecuanimidad de mi criterio... Se activó mi sensor erótico y pensé que se trataba de una evolución sexual en medio de esa obscuridad... Así que empecé a excitarme imaginando que lo pudiera ser... Muy sigilosamente me levanté, enganché la cadena al collar de King, y despacio muy despacio caminé hacia el punto de emisión de lo que parecía ser una escena sensual...
Cuando estuve lo suficientemente cerca y cuando mi visión adaptada a lo negro de la noche percibió imágenes más identificables, por entre los troncos de los árboles pude ver que no se trataba de una par de personas; pude visualizar a varias de ellas masculinas, que centraban sus manos en una sola persona femenina, lo que en realidad se trataba de un ultraje de unos cinco individuos sobre el cuerpo de una mujer pero que no gritaba, solo se movía como queriendo safarse de tantos pares de manos y se aferraba a ninguno de ellos... SE trataba de una mujer como de 25 años, su cabello largo lo llevaba muy revuelto por la contienda previa; no la vi claramente, pero su piel pálida destacaba entre la de más pigmento de los tipos que la acosaban; quise verla más de cerca y vi que se cargaba unos pechos muy desarrollados, que concordaban tremendamente con una caderas y unas nalgas muy apetitosas... Me estaba excitando mucho, mucho, y me acerqué mucho más...
...Y fui detectado. No sé si la cercanía de mi perro hizo que no se fueran en mi contra, pero cuando estuve todavía más cerca, vi que ya la mujer había sido puesta entre las hojas secas en el piso y uno de los tipos se encimaba en ella pretendiendo hacer sus ropas hacia arriba; el tipo se bajó los pantalones y la mujer siguió gimiendo ahora con estertores pero de placer... Cuando fui detectado los otros tipos la dejaron en paz, y, todos con los pantalones hasta los muslos y los tobillos, tiraban de sus propios miembros como quien observa en grupo una película pornográfica. Yo no supe realmente qué hacer, ya estaba también muy excitado pero no sabía si acercarme a interceder para que dejaran a la mujer, o ya en una calentura involuntaria, cultivar un inquietante deseo por participar...
Decidí aproximarme más cuando la mujer sollozaba, pero al hacerlo, uno de los chavos se puso a mi lado con su pene en mano y me aclaró amigablemente que si también quería participar debería esperar mi turno; entonces le pregunté que si ella era lo que deseaba, yo con la actitud "defensora" de pretender evitar ante eso una violación mayor, y fue cuando la mujer (todos ellos muy jóvenes), dijo a quien la prendía encima de ella; "Diles que se vayan , ¡que se vayan!"...
...Pero no me iba a rebajar como partícipe de una jauría, porque además, mi perro parecía no estar interesado... Así que solo le contesté al joven aquél que si ella era lo que deseaba, que entonces no haría yo nada, y concedí mi anuencia para que siguieran dando su espectáculo... Dicho esto, me retiré otro poco hasta el borde de la hondonada y me quedé a presenciar los placeres de esa pequeña orgía, viendo cómo uno a uno se apostaba pacientemente para depositar su semen cuando les tocara.
Ver tantas espadas desenvainadas en la penumbra de la Luna a través de las copas de los árboles me había despertado una excitación muy especial, tanto, que no pude contener mi propia daga en su funda porque la quería sentir, mientras que King se volvía a echar, pero no dejaba de dirigir su mirada hacia el bulto que ya empezaba a despedir un olor a sexo o que tal vez ya me lo estaba imaginando mientras mi puño, lejos de estamparse en defensa de la damisela, rodeaba mi miembro sin siquiera ser miembro del ultraje no ultrajado.
Sentí cierta pena y remordimiento ya que, después de haber estado filosofando sobre la vida mirando las estrellas momentos antes, de alguna manera era cómplice de la lujuria de seis mozalbetes todos con los testículos y los glúteos al aire... Siete con los de la mujer que estaba contra la hojarasca y ocho con lo mío propio que transpiraba con el manipuleo del deseo y la visión erótica del momento nunca premeditado...
No debiera negarlo y no lo niego, aquello fue una experiencia bien recibida, porque me salí de mis introspecciones para ser parte de una sexualidad morbosa y descarada a la que había llevado todos mis pensamientos, guiados por la visión enfrente de mis ojos, que iban de una pieza a otra, esperando ver el momento en que cada uno se satisficiera y expulsara lo que tuvieran que expulsar... Y para ello, ya no quise ni pude esperar a más, y terminé con la perturbación con el resultado de mi masturbación esparcida por el aire hasta caer también sobre la hojarasca.
Una vez que el orgasmo perdió su intensidad, ya no esperé a más, y así, entre mis humedades, me compuse la ropa, respiré hondo, y me despedí de los violadores con una leve agitación de mano. Tiré de la correa de mi perro, y caminando de regreso a los arbotantes de luz mercurial, le pedí a King que nada de esto quedara en su experiencia y que nunca se lo contara a nadie.
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