El Fuego de los Dardos
Estaba escribiendo en "mi cuarto", cuando escuché un auto que llegaba al frente de la casa; me asomé y vi el Jeep de Pit, amigo y compañero de trabajo de mi tío Bill... La curiosidad por asomarme fue como una premonición porque algo raro me hizo sentir el impulso de ver quién llegaba.
Detrás del triángulo de la cortina vi que del auto bajaron Pit y Joyce, su esposa; su linda, hermosa y curvilínea esposa que me ponía muy nervioso cada que venían porque además de lucir ese precioso cuerpo, formaba una pareja muy al estilo "gringo", sin inhibiciones ni ataduras; de hecho ellos son un matrimonio típico norteamericano de Long Island, muy amigos de mi tío y de mi tía, quienes se juntan muy seguido en el "basement" (sótano) de la casa, o, hasta donde yo sabía, en casa de ellos en las cercanías de Farmingdale, donde está la empresa Capitol Finishing Co. en la que trabajamos los tres, Pit, tío Bill y yo.
En esta ocasión yo no sabía que vendrían, de otra manera, me hubiera puesto mis "mejores galas" (las únicas que me traje en la maleta), cuando dejé la Ciudad de México para emprender el vuelo a éste, mi "Sueño Americano", hacia los confines de la creatividad en la ciudad de Nueva York a la que ya me he referido algunas varias veces, donde yo perseguía lo que deseaba y lo que poco a poco y prácticamente sin luchar mucho por ello, le venía dando forma a mi madurez adolescente.
Bueno, pues esta vez aquí estaban, entrando a la casa y bajando al mentado basement, donde mi tío tiene un piano bastante desafinado, muchos espejos, una barra para sentarse a platicar detrás de las copas que yo no bebo, una diana con un juego de dardos y claro, un buen equipo de sonido y la infalible área del cuarto de lavado, característica en casi todas las casas de madera de esa zona residencial en los suburbios.
Sin embargo, al no estar yo enterado de la reunión nada hice por bajar, y volviendo a mi mesa de trabajo me desentendí para seguir con la concentración en mis propias lides, a unos meses de haber llegado y a otros tantos de mudarme a la Gran Manzana en Manhattan donde me esperaba mi integración oficial en las Artes Gráficas y al Diseño.
Siendo casas hechas 100% de madera, el piso vibraba y transmitía la música moderna al gusto de mi tío, dada su juventud a pesar de las tres hijas que ya tenía. Era muy fácil identificar la música y aún las voces a pesar de estar en el segundo nivel de la casa, lo cual de cuando en cuando las risas sonoras de mi tía y las de Joyce también se dejaban oír interrumpiendo brevemente mi concentración...
De pronto, cuando escribía la fecha en la siguiente página de mi Diario, a "mi cuarto" (que en realidad era el de mis dos primas más pequeñas), entró la mayor de las tres, para avisarme que bajara porque habían organizado un Torneo de Dardos... No lo pensé mucho, me acicalé ante el espejo, me puse un poco de loción, y bajé con mi prima para unirme a la reunión.
Mi Inglés distaba mucho de una seguridad como para entablar una conversación fluída, sin mencionar el carácter tímido que aún me invade por aquello de la reciente llegada a la invasión de la privacía familiar, después de muchos años de no ver a mi tío, de apenas tener días de haber conocido a mi tía, y por supuesto de apenas convivir con mis primas menores que yo, y con la pareja Norteamericana de Pit y Joyce...
Pero lo que se tenía que dar se dio. Cuando bajé al basement, la algarabía la hacían mi tía y Joyce, quienes organizaron el evento de los dardos; armaron dos equipos incluyendo a mi prima mayor, y la verdad todo se puso muy divertido.
Un equipo lo formaron mi tío, mi tía y mi prima, y en el otro equipo fuimos Pit, Joyce, y felizmente, yo.
El resultado fue lo de menos, lo que me encantó, fue que después de cada puntaje, Joyce lo celebraba de manera desmedida y cuando me tocaba a mí tirar, me abrazaba de manera muy especial antes y después de lanzar los dardos...
Puedo jactarme de que mi puntería había sido muy buena, considerando que ni Pit ni Joyce acertaron mucho ni siquiera a la diana; de ahí que a cada perforación del corcho, Joyce saltaba como loca y me abrazaba de una forma que me produjo excitaciones que debía disimular de vez en vez para que nadie se diera cuenta de cómo me ponía la güerita aquella.
Por supuesto perdimos; mi tío era quien prácticamente acertaba al centro cada que tiraba, mi tía no tanto, y mi prima, aunque se ponía nerviosa, sumó suficientes puntos...
El tiempo Sabatino se esfumó; así lo sentí porque yo quería que se prolongara mucho más allá de cuando le ganó el sueño a mi prima y se fue a dormir, y de que las cervezas ya se habían agotado, al igual que la jarra del té helado que preparó mi tía para mi prima y para mí.
Tengo que decir que la actitud de Joyce me fue muy grata, pero sus continuos roces, sus abrazos y su cercanía me tenían muy nervioso y excitado; más nervioso, por que estábamos enfrente de mis tíos, y más aún, porque la turbación de levadura de Pit no le dejaba captar lo que Joyce hacía con mi ingenuidad e inexperiencia en aquellas artes que a mi corto entender, le nombré como una abierta seducción, o, lo más seguro, un juego con el imberbe y mozalbete yo, de apenas 19 años, contra los 27 que rodeaban la naturaleza de la inquietante Joyce.
Lógico, no podía dormir. Todavía cuando terminó la reunión y se despidieron, Pit siempre sonriente me tendió la mano, pero Joyce lo hizo con apretado abrazo y apretado beso en mi mejilla... Y por supuesto, le dí chance a mi naturaleza, y ya en la cama tuve que eliminar la presión de mi bajo vientre con la sofocación lujuriosa de la masturbación.
Todo el Domingo siguiente mi cabeza fue un cine de proyección privada, repasando las escenas y las tomas de la película de mi renovada adolescencia y de mi tardía llegada a la madurez sexual... Mi despertar llegó a la par de otra masturbación, y otra, y otra, y otra.
Todo el Domingo fue de extrema excitación y aunque temprano acompañé a mis tíos y familia hasta el templo, no quise entrar con ellos al Servicio por respeto a la congregación y con el pretexto de conocer los alrededores boscosos donde se encontraba.
Cuando regresó el inicio de semana, durante los 20 minutos que teníamos de almuerzo, como si se tratara de haber cometido una violación, yo no quería ni mirar a Pit y hasta me sentía avergonzado con mi tío... Nunca nadie me hizo reclamo alguno, ni siquiera una mirada de desaprobación por dejarme hacer lo que yo no empecé a hacer con la actitud de Joyce... Todo se sentía normal aunque no estaba acostumbrado a aquello, y los siguientes días así de igual pasaron.
No podía olvidarlo, pero en mi mente y en mi fervor latente, se agolpaba el pensamiento de que la experiencia se volviera a dar, hasta que llegó la charla durante el lunch del Viernes en el trabajo, cuando la voz de Pit resonó como música en mis oídos... Al día siguiente era 4 de Julio y el patriota Pit nos invitó a celebrarlo, esta vez en la cercanía de su casa... Mi tío siempre era quien asignaba decisiones, pero gustoso dejó la charla de las monerías que sus pequeñas hijas hacen y aceptó de buena gana, pero el gusto subrayado fue el mío cuando el mismo Pit me dijo que yo también estaba invitado.
Ufff!!!... ¡Debió tomarme alguien una foto!... Mi expresión se transformó de dos maneras: En el pensar del flujo de cervezas en sus organismos, y en la figura deliciosa y juvenil de Joyce.
4 de Julio...
Para los Norteamericanos (los gringos, porque los Canadienses y Mexicanos también somos Norteamericanos), decía, el 4 de Julio es una fecha muy patriótica y celebrada, y ahora me tocaba festejarla con doble motivación, dadas mis expectativas juveniles que despertaban a pasos agigantados... De hecho, estuve cavilando muy profunda y filosóficamente lo acontecido en la reunión en casa de mi tío, y tristemente llegué a la conclusión de que Joyce no me había estado seduciendo, más bien me estaba pervirtiendo, pero para mis pulgas, a la Perversión y a la Seducción, mi naturaleza les daba la bienvenida y qué mejor venida que la provocada por tan exquisita mujer; rubia de amaranto y de cabello largo, ojos de verde aceitunado, piel de lirio, de una figura escultural y lo mejor, que pasaba por encima de lo que mi tío y Pit pudieran pensar de sus atrevimientos al parecer "naturalmente" consentidos...
No podía esperar ver llegada la hora de salir del trabajo el Sábado y correr por la tarde para darme el más lustroso de los baños y perfumarme hasta por donde por si las dudas se necesitara...
Mi prima fue asignada como "Baby-Sitter" en Lindenhurst, lo que me dejaba a tope la imaginación de la velada aquella, a la que llegamos tan puntual como nos fue posible.
En la casa de Pit y Joyce, desde la entrada y a un lado de la puerta pendía sin ondear la orgullosa bandera de las estrellas y las barras; sobre la misma puerta un gran adorno de un águila en vuelo, mismo que se repetía dentro de la casa, arriba de donde había también un piano vertical pero mucho más nuevo que el de mi tío... Por todos lados, como si fuera Navidad, había decoración muy a tono con el festejo, con orlas, águilas, varias banderas y condecoraciones militares... Olía a casa gringa muy machista porque todo giraba en torno a la pasión que Pit tenía por sus años de servicio militar estadounidense; de hecho, los fornidos brazos de Pit mostraban musculosamente tatuajes igualmente con águilas y leyendas otra vez, muy a muy patriotas.
Pero mi interés primordial para asistir a esa celebración se centraba en una sola persona, quería volver a ver a Joyce y aunque me moría de inquietud y nerviosismo, lo afrontaba sin saber a ciencia cierta cómo reaccionar si la perturbación se repitiera...
Solo que mi motivación y hasta mi ingenua ilusión, se vieron raspadas por la frustración... Sí, ahí estaba ella, serena, muy amable, pero muy ecuánime y muy serena... Entonces mi álter ego se volvió silencio y solo me dediqué a observar la decoración sin mucho participar.
...Qué había pasado?, me lo imaginé?, se habría comentado algo?,...
Nop, pasaba que todavía no corría el alcohol por sus venas y cuando se volvió parte del torrente sanguíneo durante los estallidos de los juegos pirotécnicos, entonces y hasta entonces, fue que llegó Joyce...
De inmediato también llegó a mí el motivo por el que fui... La reunión tomó tintes menos formales, y cuando el ambiente se aligeró cuando estaba yo parado, me acerqué a una gran águila tridimensional que estaba sobre un mueble de la sala; maravillado observaba el perfecto detalle, cuando un brazo rodeó mi cintura y muy de cerca un aliento entre Budweiser y Chanel, me confirmó la perfección de la escultura, y no por presumir de mucha cultura, pero cuando volteé, le dije a Joyce a cuyo cuerpo pertenecía ese brazo, que aquella era una hermosa pieza de arte... Claro que mis palabras iban en un sentenciado sentido doble y ella lo entendió muy bien plantándome un sutil pero lujurioso beso en la comisura de mis labios...
Y dónde estaba Pit?, dónde estaban mi tía y mi tío?... Un poco más allá, sentados al frente del piano, digitando esbozos de música en sus teclas.
-Would you like to play darts again?, -Le medio entendí y supuse que también lo que intentaba decirme, era que si me gustaría volver al faje que me puso la vez pasada en el torneo de dardos... O me lo imaginé otra vez?...
-Sure! -Le dije en el monosílabo más idiota que pude escupir. Entonces, sin soltar mi cintura, se volteó y les dijo a los demás que si querían jugar, pero a señas le insinuaron que mejor nos acercáramos, porque Pit se había puesto a tocar... "America the Beautiful", (esa sí me la sabía).
Pero nop, Joyce no hizo caso, me miró, me tomó de la mano e hizo que la siguiera hasta otra salita, la de juegos, donde había una mesa de billar, una de Tenis de Mesa... y una Diana.
Más nervios no me pudieron sentenciar, pero lo bueno es que ante una situación así, esos nervios se tradujeron en rotunda erección, misma que al estar alejados de los otros ojos, definitivamente esta vez me negué a disimular.
Parecía que estaba protagonizando la película de mis deseos y me dejé llevar; todavía "ingenuamente" la solté, me acerqué a los dardos, los tomé y caballerosamente se los ofrecí para que tirara primero... Me miró con el brillo incrédulo en sus ojos y con el otro brillo, el vidrioso por los efectos de lo que había estado bebiendo... Se puso muy derechita, arrojó el primero que se clavó en la pared fuera de la diana... Arrojó el segundo que golpeó la diana y cayó en el piso, y al arrojar el tercero, éste se clavó muy cerca del círculo central... Joyce brincó con inusitada alegría, se volteó hacia mí y me abrazó como si hubiera dado exacto en el blanco... Y sí que le dio justamente donde debía...
Joyce ya no me dejó tirar, me tomó por las mejillas y me plantó el beso de iniciación que le prendió fuego al fogón... Mi experiencia en besos venía solo de la imaginación, pero ella, la mujer experta, o muy necesitada porque jamás había yo notado ningún acercamiento con Pit, me transmitió su adrenalina mezclada con el sabor del licor y el de su saliva; alejó sus manos de mi cara y las depositó en mis glúteos, en los dos, una mano en cada uno, y me pegó su pecho para hacerme sentir que no era uno sino que eran dos sus senos... Mi temor de ser descubiertos no fue mi aliado, pero como la música del piano seguía sonando, la melodía que tocaban era el cómplice que necesitaba y fue hasta entonces que reaccioné y de dejarme seducir, pasé a seducirla por mi excitación, también bajé mis brazos y mis manos se apoderaron de sus glúteos blancos por el color de su pantalón. ...Y me tocó, me sobó, metió su mano entre mis piernas y le dio más forma al miembro más firme de la tripulación, pero también al más novato... Joyce me fue empujando, caminó unos pasos hacia adelante y me obligó a retroceder hasta que topamos con pared.
Qué delicia, qué locura y qué lujuriosa situación, pero también qué impotencia y qué ganas de desaparecer de ahí ¡o desaparecer a todos!... Hubiera dejado que me hiciera todo, pero asumí que también algo tendría que hacer y de sus labios pasé los míos al inicio de su escote hasta cegarme con sus senos que brillaban y resbalaban por el sudor del Verano y por el sudor de su atrevimiento... A decir verdad, aunque algo había yo presentido, jamás hubiera siquiera intentado seducirla, nunca me hubiera atrevido a tocarla porque antes que nada estaban los valores del respeto en mi inocencia... Del respeto al compañero Pit, a mis tíos, a su casa, y no sé qué tanto al respeto a ella que sea como fuera, era más adulta que yo.
Al oído me dijo muchas cosas... No pregunten qué me dijo porque nunca le entendí, aunque supuse que eran palabras lujuriosas, sexuales y tal vez sensuales porque le hizo el amor a mis orejas, a mis ojos, a mis labios, y no se diga hasta dónde con la locura inquieta de sus manos...
...Yo hubiera querido llegar más lejos. ¡Yo hubiera querido desnudarla y que me desnudara!, pero si hablamos de cordura y de lo absurdo de la lógica, ese no era ni el lugar ni el momento exacto; se dio y fue humectadamente recibido, pero mi absurda timidez tendrían que acelerar los tiempos para no ser mudo ante sus intentos y quizá, solo quizá, tener los arrestos para dominar el idioma pronto y poder así intercambiar las frases y los verbos que la pudieran invitar a visitar su cama en compañía de alguna soledad, y sin tener que celebrar por fuerza fecha alguna.
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