La tecnología actual es increíble... En cierta forma nos aleja de los que están cerca por el uso de las redes sociales, cuando en un restaurante o en el núcleo de un hogar, las personas se embeben y se sumergen en los teclados viendo, recibiendo, escribiendo y enviando mensajes, GIFS, videos y todo tipo de comunicaciones mientras que a su alrededor a un metro de distancia, se tiene a la familia, a la novia o a los amigos con los que uno pudiera inter-actuar físicamente y de manera mucho más cálida. Pero por otra parte, tecnología que acerca a las personas que se encuentran a miles de kilómetros, en otros países, y en un futuro no muy lejano a quienes se encuentren tal vez en otros planetas, pero paradójicamente, aquellas son personas que no conocemos o que simplemente jamás llegaremos a conocer...
Sin embargo, para mí, para mi disfrute, esta bendita tecnología me ha servido para lograr una rotunda, emotiva y erótica satisfacción que de una manera u otra, me hizo tener un contacto de dimensiones insospechadas...
Virtual?... Sí, pero gracias a ello, he tenido la experiencia más feromónica de mi vida... Un "encuentro" lleno de química sexual cuando durante ocho días de una semana muy especial, estuve conectado con una brillante mujer por medio del Skype y la ayuda sin duda, de una pequeñita Cámara Web...
Estaba en la soledad de mi cuarto cuando por uno de esos pasajes caprichosos del destino, encontré al otro lado del teclado de mi computadora y dentro de mi monitor, a una mujer a la que le había perdido la pista desde hacía qué, unos treinta y tres años?... Algo así, muchos, muchos años, cuando de hecho esa mujer ahora, era tan solo una niña de 14 o 15 años... Hoy esa niña es una exitosa y dinámica mujer que navega dentro de los mares sinuosos de la política y al mismo tiempo dirigiendo los designios de una Universidad al Oeste del País... Culta, guapa, hermosa y de un todavía gigantesco potencial para destacar mucho más allá de un cuatrienio o de un mísero sexenio que la relegaría al olvido al término de su gestión...
Pero no, los años se sucedieron y la mujer apareció frente a mis ojos primero en forma de letras y palabras y luego en forma cuántica muy real gracias a la misma tecnología que anteriormente describía...
Mi recámara, su recámara... Mi escritorio, su escritorio... Aún sin estar ninguno de vacaciones, nos conectábamos desde muy temprano y nos saludábamos. Luego de cruzar algunas oraciones al principio no muy intensas, cada uno se alejaba de la computadora y nos metíamos al baño para arreglarnos y prepararnos para las necesidades de cada uno de los días laborables... La imagen en el monitor prendido se sentía medio fantasmagórica, porque solo se veían los muebles de su habitación y el librero lleno de libros que quedaban a mis espaldas. Luego, el primero que terminaba su baño, salía de este (normalmente yo primero), y aunque el otro no estuviera ante la camarita, tecleábamos cualquier tontería y seguíamos con la vestida y el arreglo fuera de cuadro.
Nuestro diálogo al paso de los días se fue haciendo más íntimo y adquirió matices de un color intenso. En los dos fines de semana a los extremos de esos cocho días, tomábamos los alimentos frente a la computadora y nos desternillábamos de risa con las ocurrencias de uno y de otro.
Muy curioso y raro resultaba llegar de mi trabajo, asomarme a la computadora que dejábamos prendida todo el día y ver esos muebles vacíos, al fondo, el pasillo que daba a las escaleras y de vez en vez, a su perrito que deambulaba como alma en pena de allí para allá y de regreso, como buscándola.
Palabra que hasta me daba una especie de calosfrío sentirme ahí, dentro de su casa, de su recámara, de querer ver que llegara pero repito, sentir ese vacío virtual y estar ahí sin estarlo; pienso que ella debió sentir lo mismo cuando llegaba, miraba y yo aún no estaba.
Era ciertamente extraño.
Para cuando por fin coincidíamos los dos, nos saludábamos, hacíamos lo que tuviéramos que hacer y luego, hasta trabajábamos algún pendiente de la oficina que nos habíamos traído para terminar en casa, más ella que yo.
Contestábamos llamadas y nos movíamos de repente, olvidándonos que estábamos siendo vistos al otro lado, era un algo así como un Big Brother particular y muy privado.
La intimidad se nos vino encima y de las trivialidades pasamos a las anécdotas, a los recuerdos, a los deseos y a las confesiones... Cuando llegaba el avance de la noche y el agotamiento nos abordaba, ella se metía al baño, se ponía su pijama y volvía frente a la pantalla mientras yo la esperaba con ansiedad... Ella iba y venía de repente y yo la seguía dibujando la escultura de su cuerpo al alejarse y al volver... Estando al frente otra vez, intercambiábamos miradas pícaras y de repente, ya nuestros diálogos eran mucho más atrevidos; primero a nivel de broma, pero después, llevándola con paciencia, con candentes insinuaciones.
No recuerdo qué número de noche fue, pero fui yo quien partió de esas insinuaciones y le pedí mostrara algo más que los estampados de su pijama... Una y otra vez externó que jamás había hecho lo que estábamos haciendo y le creí, porque aún con la poca luz artificial notaba yo el rubor en sus mejillas.
...Y la intimidad creció y creció... Al acostarse, siempre sin desconectarnos, cambiábamos la ubicación de la camarita y apuntábamos directo hacia nuestras camas... Ella me había confesado que para dormir, se quitaba el pantalón de la pijama porque le estorbaba y yo que jamás la usaba y que dormía solo cubierto con una truza que mantuviera mi sexo en su lugar, y por las condiciones del caribe, solo una delgada sábana que me protegiera del fresco de los amaneceres, contra las cobijas de diseño moderno dentro de las que ella se metía al otro lado del País.
Y nos veíamos... mientras llevábamos a cabo toda la parafernalia antes de cerrar la noche, nos acostábamos, nos mandábamos un beso último y nos quedábamos dormidos.
Pero la inquietud se quedaba con insomnio y a media noche o ya de madrugada, yo despertaba, y en la penumbra llegaba a ver su cuerpo que se movía entre sueños; repito, nunca apagamos las computadoras y la camarita quedaba fija en nuestras camas... Nunca vi que ella despertara a media noche, pero yo sí lo hacía; vigilaba su sueño y me metía a su recámara esperando morbosamente ver su cuerpo decubrirse... ¡Era tan perturbadora esa sensación!...
A veces me ganaba el sueño, y para cuando la mañana despuntaba en mi huso horario, en el suyo todavía era de noche y la observaba hasta que abría los ojos... Por instantes ella olvidaba que seguíamos conectados, despertaba y se levantaba con la camisola de la pijama enrollada hasta el inicio de sus senos, dejando al descubierto todo el sur desde su Ecuador hasta la Patagonia de su Antártida... Ella acostumbraba dormir sin ropa interior, nada arriba, sin nada abajo... y yo la miraba y la admiraba.
Esa vez, para cuando regresamos de nuestros lugares de trabajo le conté y se dio; después de la primera noche que la vi así, semi desnuda, lo platicamos y nos lo regalamos... Ella lo permitió y yo me lo permití.
Los días se nos estaban escapando y pronto regresaría su hijo adolescente con quien vivía y mi esposa haría lo propio; esas vacaciones que ellos sí tomaron habían felizmente coincidido y la incertidumbre de poder volver a tener tal experiencia también se nos escapaba; así que aceleramos los procesos del momento erótico y me pidió que me desnudara y me desnudé ante los ojos del monitor... Mi excitación le fue mostrada y nuestras expresiones se transformaron en el deseo brutal de vernos en la desnudez total...
Mi agitación fue la primera en romper tabúes y me masturbé ante sus ojos que se estacionaban con deliciosa y traviesa incredulidad mientras mi cuerpo se retorcía tras la manipulación, el giro y el acercamiento lo más posible frente a la camarita... Fueron dos veces que me lo pidió, dos veces que me convertí en "Stripper" hasta quedar como vine al mundo y me masturbé con sendos y copiosos orgasmos...
Pero la visión tendría que ser equitativa... Se lo pedí y ella, la mujer mujer, la coordinadora de campañas políticas, la directora de su Universidad, se quitó la ropa durante la cadencia de alguna música inaudible... Ante mis ojos las caricias que daba a su cuerpo me llevaban a las mías propias mientras de cuando en cuando le imploraba el siguiente movimiento a seguir y le pedí que también se masturbara, que se tocara, que bebiera del vaso con licor que se había servido y en el calor de nuestro video, le pedí que se mostrara... Se mostró y se tocó, se pasó los dedos por su punto más sensible, se acarició los senos, me mostró sus glúteos y le sugerí la introducción substituta de mi pene virtual mediante sus dedos... Se tocó, se tocó, se tocaba sublime y muy sensualmente hasta que hizo lo que hizo, se metió los dedos por donde expulsó a su crío y se metió los dedos por donde no se puede, pero se pudo, una mano al frente y con la otra atrás se hizo el amor en ambos jardines haciéndome sudar en frío...
No sé cómo lo hizo, pero llegué a escuchar su gemir y su jadeo; preparado o no, lo hizo audible e hizo que su teléfono celular lo grabara todo... Grabó el audio y me lo mandó, lástima que nunca tuve la agudeza como para grabarla en video y ahora solo puedo recordarla escuchando sus jadeos, sensuales, leves, apasionados y de lujuria extrema que cada vez que los escucho me vuelvo inevitablemente a convulsionar.
Al octavo día las computadoras tuvieron su respiro y las apagamos... Y ya no nos volvimos a conectar.
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