Mi Sweater, Mis Manos, Mis Dedos (1)
Mi Sweater Mis Manos Mis Dedos... (Parte 1)
La diferencia en el reino animal sobre la tierra, es que los hay irracionales y racionales... Todos hemos sido creados para concebir y perpetuar las inmensamente increíbles y diversas especies y para lograrlo en ese vasto reino es imprescindible hacerlo a través del sexo...
Pero!... Hay algo que felizmente nos subdivide, y es que los animales irracionales se dejan llevar por su perfecto e indiscutible instinto. Nosotros, los racionales, la especie humana, siguiendo esa infinita perfección del Universo, nos perpetuamos porque lo instintivo radica en el supremo placer de sentir placer en una sexualidad que va más allá de lo que algunos pudieran considerar como "pecaminoso"... El sexo es una ley imperativa para prevalecer siendo parte de este bello Universo, solo que nuestro raciocinio contempla reglas y razones para separarnos de lo meramente animal.
Todos nacemos muy dependientes y tenemos que aprender del legado de quien nos ha traído a la vida, pero aún sin nacer caminando, nacemos con nuestros cinco sentidos muy despiertos y muy alertas... Cinco sentidos, sentimos por cada uno de ellos y yo, a muy temprana edad, nací con la suma de ellos envolviendo mi vida.
Tenía seis años cuando mi cuerpo se daba cuenta que desde lo más profundo e interno algo me regalaba con las sensaciones únicas e individuales en mi naturaleza. Nadie me dijo, nadie me lo instruyó y ciertamente antes que leerlo pudiera, toqué, vi, percibí el aroma y escuché el sonido del placer que más tarde pude ver en el reflejo de un espejo. Repito, nadie me dijo, pero esa parte instintiva me obsequiaba con el placer de disfrutar de lo que conmigo había nacido... ¡Sentirme!.
No tengo uso de razón temprana antes de esos cuatro, cinco o seis años... pero en mi cuerpo capté el placer, sentí el placer y me provoqué el placer...
Cuando muy pequeña y mi mamá me bañaba, apenas si podía esperar el momento en que tocara pasar la esponja por mis genitales, por mi pecho, por mis glúteos; aquellas partes que hoy ya sé que son las zonas erógenas de mi cuerpo... y desde entonces, bañarme siempre fue un placer. Verme frente al espejo cuan desnuda llegué, me robaba la mirada y la centraba hasta ahí, la mitad de mi cuerpo femenino como un durazno, como la tersura de un globo de cumpleaños.
Una vez y ya en la cama, tuve la necesidad de verme, de tocarme, y lo que hacía, era que tomaba el sweater de mi uniforme, lo hacía bolita y me acostaba boca abajo poniéndomelo exactamente en mi pubis... Era como comer un postre, esperaba la hora de acostarme para repetirlo día tras día y consistentemente subía y bajaba sintiendo ese bulto que me ponía a respirar aceleradamente. A veces me ponía la almohada, una toalla o lo que fuera que me levantara la cadera.
Mi favorito era mi sweater y de mi sweater pasé a mis manos, me metía las manos entre la pantaleta y mi vagina, se sentía muy rico, me apretaba y me sumía esa parte hasta que alguna vez mi curiosidad me hizo hurgar y con mi dedito índice me toqué el inicio de mi vagina... Nunca me introduje un dedo en esos años de descubrimiento, pero luego me paraba en la esquina del pupitre de mi salón, en la orilla de la cama, me subía a una silla y me pegaba en la esquina de la mesa del comedor, en todo aquello que fuera punteagudo era incomprensiblemente delicioso.
Nunca nadie me habló de sexo... Mi mamá nunca me dijo ni me advirtió nada; era cuando empezaba a entender el significado del tabú de la palabra masturbación que por supuesto hasta unos seis años después descubrí sin masturbarme.
Mis dedos acariciaban mi vagina, y tocar ese pequeño bultito el la comisura superior era donde sentía mayor placer. Cuando por fin me bañaba sola, era yo la niña más limpia de la colonia; cada que me bañaba me pasaba el jabón, me enjabonaba los dedos y me acariciaba hasta que las rodillas y mis piernas me temblaban.
Por supuesto que en la escuela no existía una materia que hablara de lo que me pasaba, entonces, como a los doce años, mi curiosidad me llevó a buscar palabras y dibujos en el diccionario y en la gruesa enciclopedia en los estantes de la sala de mi casa... Y apareció.
Nunca se lo platiqué a ninguna amiga, pero fue una compañera del salón quien me dijo que los niños también tenían algo en esa parte media del cuerpo, solo que era algo más... Era como otro dedo por donde orinaban... Y también me producía un extraño efecto que me lo platicaran o verlo en esos dibujos en los libros... Quería tocar uno.
Cuando cumplí los trece algo pasó en mi cuerpo, mi pecho tenía una hinchazón que comprendí me estaba pareciendo a mi mamá porque ella también la tenía por partida doble... Entonces mis manos se repartían entre mi vagina y mi pecho y después al acariciar mis nalgas...Era yo, lo tenía yo, pero deseaba que alguien más me tocara... Y descubrí en las películas sin color que los hombres y las mujeres se besaban... Y también se me antojó.
Mi escuela era mixta, niños y niñas. Adolescentes cuando cumplí los 15 y el niño que conocí entre mis vecinos me llamaba mucho la atención... Él se me acercaba, jugábamos con sus hermanas pero yo quería que me diera un beso como ésos... El corazón se me salía cada que veía a ese niño y suspiraba cada vez que lo veía a lo lejos... La pubertad se me estaba yendo... Crecí, crecimos todos y aunque el mismo niño me seguía gustando nunca me besó.
En mi interior la transformación se seguía dando y un día, aquél niño timorato se fue de mi vida.
Entré a la preparatoria y alguien más se me acercó... Mi corazón se me agitaba y más aún cuando por primera vez subí al auto de ese muchacho... Yo ya sabía qué era y para qué era ese dedo número 21 y aunque me seguía estimulando con mi almohada durmiendo sobre ella, cuando toqué ese dedo y cuando lo sentí en mis manos, la excitación se me multiplicó. Los jóvenes de ese entonces eran más audaces, y cuando descubrí lo que querían, lo que pensaban y lo que deseaban cuando me subía a esos autos, solo esperaba que de su pantalón saliera ese miembro de la nueva comunidad para tocarlo, resbalara en mi mano, lo rodeara con mi puño, lo jalara varias veces y ver que premio a mi esfuerzo me llenaba la mano de ese líquido semi espeso tan importante para la perpetuación de nuestra especie...
Los años se empezaron a ir... Nunca me atreví a hacer algo más con ese músculo que traicionó a mi sweater, a mis manos a mis dedos y a mi pasión por mi vagina. Y cuando ya fui adulta, mi novio iba a verme y enfrente de mi casa entre la Montaña y la Campiña, me recargaba en la puerta de su carro y dejaba que se me pegara mucho, mandando al diablo definitivamente a la bolita de mi sweater. Se excitaba tanto que se lo sacaba y lo masturbaba, hasta que sentía escurrir una y otra vez el elixir famoso de la vida.
¿Quién dijo que el sexo es "pecaminoso"?... Siempre tuve extremas sensaciones cuando tenía uno de esos en mi mano y lo hacía llegar hasta provocarme un llanto sin igual.
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